7 de julio, San Fermín

Con el "Chupinazo" comienza San Fermín, y con la llegada de esta fiesta, un recuerdo de mi niñez, cuando compartía cada encierro con mi abuela.

Recuerdo de pequeña cuando acababa el cole y empezaban las vacaciones. Ya estaba libre, no tenía que estudiar más...era entonces cuando cogía mis bártulos y me mudaba a casa de mi abuela. Las abuelitas, ellas, que tanto malcrian a sus nietos...y yo no era una excepción, cuando estaba en su casa era una niña mimada; lo que me hacía sentir como una reina, era el centro de atención a la que daban todos los caprichos. ¡Qué lindas las abuelitas! Lo cierto es que en estas fechas, todos los años los pasaba en su casa, que a todo esto, se encontraba a la vuelta de la esquina de la mía, pero como no estaban ni con papá ni con mamá (los que educan y castigan) me sentía libre, de vacaciones de verdad.

Mi abuela tenía por costumbre levantarse temprano y aunque a mi me dejaba dormir todo el tiempo que quisiera, cuando llegaban los San Fermines, como nos gustaba ver los encierros juntas, me despertaba poco antes de las 8 de la mañana. Y "la niña" aún medio dormida, con los ojos hinchados y pegados, se levantaba para compartir juntas la emoción de la carrera. Así, durante toda la semana que duran las fiestas. Después de ver el encierro del día, me volvía a la cama para seguir durmiendo un rato más.

Por eso, cada vez que llega San Fermín, me sigo levantando a ver los encierros y siempre, todos los años, me acuerdo de mi abuelita como si ella todavía me despertara para compartir el encierro del día.